Unidas a la ley Wert y su intento de propulsar la enseñanza de la asignatura de Religión, cabe considerar estas declaraciones como el inicio de una ofensiva moral del Gobierno.
Y para ello tenemos las cifras aparecidas hace unos días en el anuario que publica el Ministerio de Educación.
El descenso del número de alumnos que cursan religión en los centros de enseñanza públicos es espectacular. En la última década, el porcentaje cae del 79,4% al 65% entre los alumnos de primaria, del 55,5% al 38,1% en Secundaria y de un 43,4% a un 20,4% en Bachillerato.
El proceso de secularización de la sociedad española continúa imparable. La Iglesia lucha contra el tiempo, el peor adversario de todos los imperios.
La Iglesia ha perdido todas las batallas políticas y culturales que ha emprendido en España desde los años 70.
Ahora lo hemos olvidado, pero la jerarquía católica lanzó una fuerte campaña contra la legalización del divorcio, con la ayuda del sector democristiano de UCD, presentándola como el fin de la sociedad cristiana. Lo mismo ocurrió con la legalización del aborto, ahí con la colaboración de todo el Partido Popular.
Ahora estamos en una situación aparentemente diferente gracias a la presentación de la reforma apadrinada por Ruiz Gallardón. No conviene restarle gravedad, pero sí analizarla en términos exclusivamente políticos.
La reacción que ha provocado en la sociedad y otros partidos nos lleva a deducir que, si se aprueba finalmente en los términos defendidos por Gallardón, no sobrevivirá a esta legislatura.
La tercera derrota de la Iglesia se produjo con la aprobación del matrimonio homosexual. Se escucharon los mismos sermones que advertían del triunfo del Maligno y la disolución de una institución inmutable para el catolicismo, como es la familia. Por la curiosa obsesión centenaria de la Iglesia con los gays, cualquiera diría que se debe a que es una institución cuyos órganos de dirección están reservados a los hombres, no había nada peor que permitir que estos instrumentos del demonio pudieran formar una familia.
Una vez más, la sociedad dio su aprobación al considerarlo una cuestión de igualdad de derechos, porque en la mayor parte de Europa Occidental se es antes ciudadano que católico, y eso ya no hay Torquemada que pueda impedirlo.
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